#ElPerúQueQueremos

Vivir del rebuzno ajeno

Parte II

Publicado: 2014-05-23

(la primera parte de esta columna está aquí

En su editorial del 18 de marzo, El dinero sí crece en los árboles, El Comercio -una vez más- usa a Chile como ejemplo de lo que el Perú debería hacer. Se relame ante las cifras de exportaciones de la industria forestal chilena y se lamenta de que en el Perú, teniendo un enorme bosque Amazónico, con maderas de gran calidad, apenas se explote este recurso debido a las trabas de “la burocracia” (léase las leyes). Al momento de enumerar alegremente los beneficios de establecer concesiones forestales en la Amazonía, el editorialista no se queda corto: más trabajo para los pobres, menos minería ilegal, menos deforestación, y menores efectos del cambio climático. Solamente le faltó decir que mejoraría el rendimiento de la selección de fútbol y disminuiría la disfunción eréctil. Curiosamente, se le olvidó mencionar “más dinero para el empresario forestal que me encargó escribir este editorial”.

A fines de los 70 en Chile habían 200,000 ha de plantaciones forestales. Gracias a cuantiosas inversiones y a subsidios estatales (una muestra del enorme poder del lobby forestal, que tuvo bloqueada en el congreso la ley de bosque nativo por 15 años y que ignora sistemáticamente la normativa ambiental), hoy hay más de 2 millones de ha de plantaciones de eucalipto y pino. Es un negocio muy rentable... para el par de familias que domina el mercado. Junto con ello, se ha arrasado con el bosque nativo, en ocasiones usurpando territorios ancestrales mapuche, se deja sin agua para la agricultura a las localidades cercanas, las que también sufren la contaminación permanente del aire cuando les toca de vecina una planta de celulosa, y de vez en cuando ocurren desastres ambientales. O sea, un esquema ideal: las ganancias me las llevo yo, los costos los asumen los demás. Hasta ahí, nada nuevo, es el trato justo al que todo gran empresario aspira, y es lógico que los emprendedores peruanos quieran emular a los chilenos. Lo que me llama la atención es el argumento de “menor deforestación”. O sea, ¿cuantos más árboles corto, más árboles quedan? Esto es equivalente a proponer combatir la pedofilia dejando más niños al cuidado de sacerdotes. Es claro que cortar una vez el bosque nativo y resembrar -varias veces- con pinos o eucaliptos es mejor que cortar sin parar. El punto es que nadie está cortando sin parar. Hay tala ilegal, por supuesto, y debe perseguirse, pero su magnitud es infinitamente menor a la que ocurriría si los oscuros deseos de estos empresarios se cumplieran. A menudo tratan de vendernos la falacia de la equivalencia entre un bosque de verdad, que llega a su compleja madurez tras siglos de crecimiento, y una simple plantación forestal (“bosque plantado” les gusta decir a ellos). Una plantación es casi un desierto verde, pues muy poca vida animal y vegetal coloniza el sotobosque; además tiene fecha de vencimiento: pasados 20 años llegan las motosierras y sanseacabó. Un bosque, además de los árboles mayores que lo definen, aloja una cantidad enorme de animales, plantas, hongos, y microorganismos, los que forman una red de interacciones difícil de imaginar. Hay que ser muy ignorante o muy malintencionado para pretender convencer al ciudadano lector de que una plantación puede reemplazar a un bosque.

Comenzando por ese ciclópeo ejemplo de probidad financiera y rectitud ideológica que se llama Alan García, en el Perú hay muchos que miran a Chile como un ejemplo a seguir, o un competidor a superar. Ya se ha importado el eficiente mecanismo de estafa de las AFP, y se avecinan más imitaciones (o parodias). Pero conviene recordar que todas esas historias de éxito económico en Chile tienen un lado B que la prensa habitualmente olvida. Detrás de las excelentes cifras de exportaciones de fruta están las estadísticas de tasas de malformaciones al nacer, que son diez veces mayores en las zonas donde las temporeras recogen la fruta cargada de plaguicidas. Detrás de esos magníficos vinos están los casos de pueblos que ya no tienen agua porque las grandes viñas han monopolizado el uso de los acuíferos, y lo mismo ocurre con los poblados cercanos a las explotaciones mineras. Este modelo de desarrollo con altos costos sociales a la larga no puede ser sustentable. Si los líderes políticos y de opinión peruanos quieren imitar a Chile, que comiencen por imitar su policía no-corrupta y sus bajos índices de homofobia. Hoy sería un sueño imaginar un Perú en el que los policías no tuvieran tarifa (negociable a la baja) y las noticias sobre iniciativas de unión civil y homosexualidad no estuvieran plagadas de comentarios homofóbicos e ignorantes (lo primero consecuencia de lo segundo).

Para terminar, un bonus-track.

En su editorial del 7 de mayo, Y ahora… el lobby de los pastrulos, El Comercio dice, respecto a la idea de legalizar la marihuana: “Lo menos que necesita un país que aspira a salir del subdesarrollo es fomentar la dependencia de ninguna sustancia (...) Cultivar esa planta en casa es casi tan peligroso como dejar un arma al alcance de un niño.”

Desconozco si la editorialista acostumbra tomarse un traguito antes de escribir sus columnas (pero llama la atención aquello de “lo menos que necesita” en lugar de “lo que menos necesita”, los significados son muy distintos). Lo que sí sé es que el alcohol es una droga mucho más perniciosa para la sociedad que la marihuana, y no veo campañas histéricas en contra de su status legal y su consumo masivo. Aparentemente importa poco saber que infinidad de palizas a mujeres, y hasta asesinatos, se evitarían si se sacara el alcohol de la escena del crimen; o que innumerables muertes por accidentes de tránsito no ocurrirían si no fuera por el consumo de alcohol. Como argumento, la columnista cita con alarma un estudio que indica que 1 de cada 400 muertos en accidentes de tránsito tenía THC -el compuesto activo de la marihuana- en la sangre. En el caso del alcohol la proporción es 1 de cada 2, y en el segmento juvenil llega a 2 de cada 3. Que se quede tranquila, los ejemplos pasados de Holanda y Colorado (y lo mismo ocurrirá con Uruguay) desmienten el anuncio del armagedón post-legalización. Finalmente, el comentario de que la plantita en casa es casi como dejar un arma al alcance de un niño me dejó perplejo. No sé, es probable que, por su casta ignorancia de la hierba, la columnista confunda la planta de marihuana con las plantas carnívoras gigantes de las películas (2:59 en adelante). En cualquier caso, no será la última confusión o disparate que nos regale el decano de la prensa peruana. Salud por eso.


Escrito por

Ernesto Gianoli Molla

Me gano el pan como científico. Escribo en el tiempo libre que no tengo. Peruano en Chile, pero siempre mirando (y volviendo) al Perú.


Publicado en